lunes, septiembre 08, 2014
Ansiedad. Vida de un yonqui, Gabriel Oca Fidalgo
Miguel Baquero
Es curioso que, de un tiempo acá, esté leyendo muchas novelas sobre
heroinómanos escritas por ellos mismos –o por escritores que intermedian
para relatar sus vivencias– y así mismo, como editores, recibamos
muchos manuscritos en torno al tema. Es curioso, pero creo que tiene una
explicación, la de siempre: el tiempo. Quienes sobrevivieron a los
duros años de la aguja y, posteriormente, al estrago silencioso del
sida, hoy, al echar la vista atrás, pueden contemplar aquella
experiencia, que en muchos casos se corresponde con tres cuartas partes
de la vida, con la emoción debidamente contenida, sin caer en esa
apología ingenua de la drogadicción en la que entonces era muy fácil
picar, pero sin servirse de esa moralina posterior y recurrente que tan
fácil también parece recitar de carrerilla.
Sencillamente, como una experiencia humana más —quizás la más fuerte de
los últimos tiempos—; y este es el campo, el de tratar la vida, en el
que entiende la literatura, y de ahí, creo, que —medio serenado ya todo,
y casi digerido— es ahora cuando surgen las novelas. De diferente
calidad, por supuesto: la ex drogadicción por sí sola no es un valor.
Las hay malas, las hay buenas, y las hay mejores, y Ansiedad, la segunda novela de Gabriel Oca Fidalgo tras La carretera muerta podría entrar en esta última categoría.
El título lo explicita bastante: estamos ante la vida de un yonqui, de
un adicto, a la heroína, principalmente, pero en realidad un
politoxicómano, como se estilaba en los 80: catador de todo tipo de
sustancias prohibidas. En la novela se nos cuenta cómo se introdujo en
aquella corriente, que entonces, siendo el autor un chaval, era bastante
impetuosa: nadie espere, sin embargo, un relato morboso sobre el primer
pico, por ejemplo; si algo caracteriza a las buenas novelas, en
general, y a estas sobre la droga en particular, es su naturalidad, el
estar contadas como sucede la vida: sin pomposos preámbulos, largos
prólogos, estudios previos… sucede, sin más, y no hay tampoco mucho
tiempo para detenerse en el instante.
Esto, como apuntaba al principio, el hecho de no disertar en pro ni en
contra sino centrarse en la experiencia humana, es uno de los grandes
valores novelísticos de esta Ansiedad. Otro —entre varios
más que pueda encontrar el lector— es su acertado, y natural también,
uso de la jerga, del argot de las calles y los poblados de chabolos
donde se pillaba, del maco donde muchos pasaban algunos años…, un
verdadero dialecto, como Oca parece querer demostrar por la
soltura con que lo usa, en el que puede expresarse un escritor con
eficacia y espontáneamente, sin darse ínfulas de lo canalla que uno ha
sido o de la mala gente malhablada con la que se ha llegado a juntar. Oca,
sencillamente, se expresa así para escribir, como buen novelista que
busca su propia y particular manera de decir. Y en bastantes casos
consigue con ello alcanzar cotas muy altas, y en un episodio en
concreto, en el que narra como un amigo suyo se quedó definitivamente
colgado después de un viaje de tripi, da con el tono justo y preciso
para conmocionar al lector y componer una escena emotiva de esas que,
posiblemente, queden en la memoria de quien lee por más que pasen años y
libros.
En el debe —porque un buen libro también tiene que tener debes—, yo
incluiría el excesivo espacio y protagonismo que da el autor a los años
en que hacía el servicio militar, y ya se ponía, en detrimento del
tiempo antes y después de aquello; también las consideraciones, digamos,
“metaliterarias” sobre lo que está escribiendo, sus dudas, en
determinados momentos, que expresa “en voz alta” sobre si se le
entenderá, si resultará confuso, si estará utilizando el lenguaje
adecuado… Algo que choca bastante con aquella naturalidad que, mediante
el argot, se trata de mantener. Y así mismo incluiría en el debe sus
“caídas” en el lugar común cuando se interna en cuestiones políticas y
sociales, su uso recurrente a la frase agradecida y sonora que todos nos
podemos imaginar cuando se habla, por ejemplo, de la democracia, del
capitalismo o del hambre en el mundo y que, aparte de chocar con esa voz
genuina que en buena ley se busca, el autor emplea con cierto tono de
soflama y en una actitud que quiere ser transgresora pero que en este
punto en concreto no sobrepasa “lo habitual”. Pero aparte de estos
pequeños debes, y si el lector quiere recorrer, mediante un lenguaje
sonoro y distinto, una galería de tipos humanos todavía reconocibles, y
encontrarse con algún episodio sobrecogedor, como el apuntado arriba del
cuelgue de un amigo, le recomiendo sin duda esta Ansiedad de Gabriel Oca Fidalgo.
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